Al determinar que todo el que no acepte al movimiento homosexual es intolerantes marca una barrera que pone freno a cualquier intención de entendimiento. Estos grupos que se dicen defensores de los derechos humanos han promovido el uso de “género” no como una palabra o descripción, sino como concepto.
Por este procedimiento abren la puerta no solamente a colocar al movimiento gay en el debate público sino que se autorizan incluso a deformar el lenguaje. Para ellos ya no son mujeres y hombres sino crean la figura de “e” que me parece extrañamente ofensiva para los referidos.
Se trata de identificar a quienes manifiestan diferentes preferencias y costumbres sexuales como “e”. Entonces ya no hay magistrados sino magistrades, o en lugar de pilotos, pilotes, o maestres, o persones. Así piensan establecer un nuevo modelo de categoría humana.
Los científicos señala “nació niña, nació niño, es asunto de biología no de ideología”. Otros más atribuyen que la mujer vale más que por el tamaños de sus senos, otros más aseguran que al identificar un cadáver se concluye que era hombre o mujer no un “e”.
Por ello, en la feria de las ideas se continúa subrayando que estos son excesos que en nada contribuyen a mejorar nuestra civilidad. Reconocer a un ser humano por su nombre y sexo es natural.
Cambiar su preferencia sexual o mutilarse ya es un asunto que debería estar fuera de cualquier código o procedimiento legal. Ahí tenemos, por ejemplo, la injusta competencia de fuerza física en los deportes entre quienes se enlistan como transexuales y pretenden competir, siendo hombre biológicamente, con mujeres biológicamente, por ser un “e”. Los extremos llegan a confrontamientos tales como el choque de homosexuales con feministas radicales.
No hay espacio para la interlocución entre ambos. Luego vienen quienes piensan en razas puras o aquellos que consideran que la mezcla de estas es motivo de evolución. Así están las condiciones actuales que se ven aún más comprometidas por el uso de estimulantes, drogas o tatuajes que usan como identificadores o códigos.
Pero entendemos que las posiciones son aún más extremas cuando desde la política y la educación se imponen normas que no todos aceptan. Aquí, incluso en México, la entonces jefa de gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum señaló que los niños, si así lo desean, pueden llevar falda a las escuelas. O en Estados Unidos pasaron de aceptar en sus Fuerzas Armadas a mujeres en rango de mando a la participación de homosexuales.