Se cumplió una jornada electoral limpia, sin precedentes, ejemplar e histórica. La sociedad toda dio muestra de valentía, de participación, de ánimo y de deseos de cambio en la democracia. Cientos de millones estructuraron el nuevo valor cívico. Cientos de millones confiaron en sus instituciones y sobre todo en ellos mismos. Pero los grandes defraudadores fueron los actores secundarios que en un nocivo protagonismo se apoderan de todo porque son presidentes de partido, políticos a modo o aspirantes a cargos públicos. Ellos en primer lugar permitieron la violencia en el país, la toleraron, la cubrieron. Elecciones por ellos bañadas de sangre con más de una treintena de homicidios de aspirantes. Pero peor aún. Todavía sin cerrar al cien por ciento las casillas salieron a festejar su triunfo. Engañando a la sociedad manifestaban festines, cifras, seguridades, todo de lo que carecían porque aún no había cifras ciertas, exactas e institucionales. No respetaron al electorado, a los miles de funcionarios de casillas y muchomenos a los riéganos oficiales.
Aplaudían sus arengas y eso representa un madruguete insano y muy tóxico. Son, y por ello no se confía en ellos, los grandes defraudadores, los tramposos. Casa mexicano que acudió a las urnas a manifestar su determinación fue borrado por estos políticos sin escrúpulos. Aún sin contar los votos emitidos ya se repartían triunfos, cargos y Entidades federativas. Llenos de aplaudidores sonreían su truco, su miserable truco. Menospreciaron el valor cívico de toda una nación que como nunca salió a votar. Se burlaron de esos jóvenes que por ellos fueron llamados a sufragar. En cada localidad hay la primera intención de ser triunfadores y en horas como perdedores hablarán, otra engaño, de fraude.
Así lo hemos vivido pero la sociedad está vez si respondió y en serio. Las mañas se quedaron nuevamente como sello de los políticos. Las triquiñuelas, los balazos, quema de urnas, amenazas y compra de votos fueron las herramientas de siempre. Esta vez menos pero las hubo, incluso candidatos baleados a un día de las elecciones. Pero el más perdedor de todo esto es López Obrador, un autoproclamado mesías que no arrasó, que no convenció, que se presentó minusválido a votar, sin ganas, sin entusiasmo, sin lambiscones, sin sus hijos. Sin coordinación, destajado, irritable, un hombre en decadencia, sin control y con una pérdida notable de poder. No logró pasar a la historia como alguien importante, por el contrario, como un destructor de la sociedad, cargado de odio y venganza, protector de muchas irregularidades y mentiras, con imposiciones convertidas en fracasos. Si se va, se tiene que ir, y será perseguido por la ley, por las durísimas críticas y por su conciencia. No la supo hacer, no la quiso hacer y en estas elecciones quedó su calificación.
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