La 4T quiere destruir la escalera que costo 40 años construir la democracia de una manera solidad y nadie más pueda transitarla: Lorenzo Córdova
Miles de ciudadanos de la Ciudad de México llenaron el Zócalo Capitalino y en mas de 100 ciudades del país también inundaron las calles
Entre las consignas que se escucharon de los manifestantes fue “Vamos al frente sin narco presidente”, pero también con algunos gritos de Xóchitl, Xóchitl”, “escucha Taddei, la ley es la ley”.
Por Félix Muñiz
La Marcha de este domingo por Nuestra Democracia lleno el Zócalo de la Ciudad de México la Bandera Monumental no se desplego estuvo inmovilizada al igual que la que está en Palacio Nacional símbolos de identidad que pertenecen al pueblo y que hoy han sido privatizados por quienes dicen gobernar en la 4 Transformación.
Con mucha alegría miles de manifestantes se concentraron frente a Boonker de Palacio Nacional y el único orador fue Lorenzo Córdova Vianello, quien expuso que hace apenas cuatro décadas en México no teníamos elecciones libres, no había instituciones que protegieran efectivamente nuestros derechos y no había espacios para que la diversidad política se expresara. Se hacía política con miedo. Eran tiempos de un pretendido pensamiento único, de ejercicio autoritario del poder y en donde, desde antes que se votara, ya se sabía quién iba a ganar las elecciones.
Hoy México, a pesar de los riesgos que nos amenazan, es un país en donde somos las ciudadanas y ciudadanos los que decidimos, con nuestro voto libre, quienes nos gobiernan y representan, los que premiamos o castigamos en las urnas a los buenos o a los malos gobiernos. Hoy contamos con instituciones que nos protegen frente a los abusos del poder, incluso del de las mayorías autoritarias, y ante las cuales podemos defender nuestros derechos. Hoy hemos construido una sociedad en donde todas y todos tenemos cabida, a pesar de nuestras diferencias legítimas y sin que se nos persiga por pensar diferente.
Democracia, no son solo elecciones libres, significa también que tengamos la posibilidad de acudir ante un juez cuando el gobierno nos persigue injustamente; o bien que un periodista pueda publicar una investigación sobre la corrupción; o que los ciudadanos podamos contar con información sobre cómo el gobierno gasta el dinero público, o cuáles son las decisiones que están detrás de una obra de infraestructura, o de la política de salud; y también que la Suprema Corte anule una ley que va en contra de la Constitución. Todo eso significa tener democracia.
La democracia no nos cayó de lo alto, no fue una concesión graciosa ni un regalo del poder. La democracia en México es el resultado de muchas luchas ciudadanas que costaron esfuerzo, dedicación y en algunas ocasiones hasta sangre. La democracia se consiguió gracias a la apuesta que hicieron varias generaciones de mexicanas y mexicanos que, a pesar de sus diferentes posturas políticas e ideológicas, tuvieron un propósito común: que fuéramos nosotros, con nuestro voto libre, los que decidamos quienes serán nuestros gobernantes; que nuestros derechos y libertades estén garantizados frente a los abusos del poder, y que nadie sea perseguido, hostigado y señalado por pensar u opinar diferente.
Que quede claro: no estamos aquí reunidos, en ejercicio de nuestros derechos constitucionales, para apoyar o criticar a ninguna candidatura, a ninguna campaña, a ningún partido o coalición; es más, no estamos aquí para criticar a ningún gobierno en sí. Estamos aquí reunidos para defender a la democracia y para decirle NO a toda propuesta que busque desmantelar las conquistas que en ese sentido hemos alcanzado.
No se vale exigir reglas de equidad y condiciones justas en la competencia política siendo oposición y violarlas sistemáticamente siendo gobierno. Esa deslealtad hoy pone en peligro a nuestra democracia.
Así, hace unos días se volvió a presentar una serie de iniciativas que, como en su momento se intentó con el Plan “A” y con el Plan “B”, buscan destruir al INE como lo conocemos y, a través de una elección directa de sus consejeros, controlarlo políticamente. No se quiere a un árbitro imparcial, se quiere a un árbitro que responda a los intereses de la mayoría del momento. Y eso no podemos, ni vamos a permitirlo; perder al INE es perder la principal garantía para tener elecciones libres y volver al control del gobierno sobre los comicios.
En segundo lugar, están en riesgo las instituciones de la democracia. Por treinta años hemos construido organismos que nos han permitido controlar y limitar el poder del gobierno para evitar que se abuse del mismo; instituciones que, además, sirven para proteger que nuestras libertades y derechos no sean atropellados. Y hoy, por el hecho de que le incomodan, desde el poder se busca desaparecerlas, subordinarlas o capturarlas.
A lo largo de los últimos años hemos visto un feroz ataque en contra de esas instituciones, del INE, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de los órganos constitucionales autónomos. El acoso ha sido permanente y se ha desarrollado en varios planos:
- Se les ha descalificado, acusándolas de actuar en contra del gobierno, del pueblo y de sus intereses. Se ha mentido sobre su costo, su actuación y resoluciones, por el simple hecho de que no se han subordinado —porque ese no es su papel— a los intereses gubernamentales.
- Se ha hostigado y perseguido a sus integrantes. Se han paseado ataúdes con los nombres y las fotografías de quienes han encabezado esas instituciones, se han presentado denuncias penales en su contra, se les han iniciado juicios políticos y hasta se les ha amenazado con ir a sus domicilios.
- Se han hecho recortes brutales a sus presupuestos con la intención de asfixiarlos financieramente e impedir que cumplan de manera adecuada con sus funciones.
- Se les ha amenazado mediante la presentación de iniciativas de reformas constitucionales y legales que buscan desmantelarlos o limitarlos en sus funciones, como ahora mismo está ocurriendo.
- Finalmente se ha intentado su captura, imponiendo como sus titulares no a personas capaces e independientes, sino a personeros de los intereses del oficialismo, a correas de transmisión de la voluntad gubernamental.
En su discurso Lorenzo Córdova dijo que finalmente, está en riesgo también nuestra Constitución, es decir, la expresión del arreglo político que nos permite sentirnos, sin excepciones, parte de la Nación mexicana. Desde hace algunos años se ha pretendido dividir a la sociedad entre quienes son parte del pueblo y quienes son sus enemigos, como si el pueblo no fuéramos todas y todos nosotros, como si en México sólo unos tuvieran cabida y los otros salieran sobrando. Esa polarización que divide al mundo entre buenos y malos, entre amigos y enemigos, no sólo es falsa y artificial, sino que es profundamente autoritaria. La sociedad mexicana no puede dividirse en blanco y negro. Existen muchos matices y diferencias, múltiples formas de actuar y de ser, que sólo una visión autoritaria puede negar.
La nuestra es una sociedad plural y diversa, esta misma plaza hoy refleja esa diversidad política e ideológica. Pero a pesar de esas diferencias que son legítimas y que debemos proteger, todas y todos somos parte de la Nación mexicana, todos cabemos en esa idea común y que está protegida por la Constitución. México no sólo es el país de unos cuantos, es el país de todas y todos, mayorías y minorías con los mismos derechos.
Eso es, precisamente la Constitución: el pacto político que nos hemos dado para garantizar que todos sin excepción tengamos cabida, con respeto para nuestros derechos —en primer lugar, el derecho a pensar diferente— en nuestro país, en nuestra Nación. Es precisamente gracias a esa Constitución que nadie, puede decirle a los demás que aquí no caben.
Por eso todos los grandes cambios políticos se han plasmado en la Constitución, porque son grandes acuerdos que se han elaborado cuidadosamente, que se han consensuado, que son el resultado de un compromiso y no de una imposición. La Constitución no es propiedad de nadie en particular o de una parte de nuestra sociedad, es algo que nos pertenece a todos. La Constitución es el reflejo de los intereses y de la voluntad del conjunto, no solo de una parte de la Nación. Así que, o en la Constitución cabemos todas y todos o se acabó la democracia. Por eso es tan grave que se pretenda apresurar un plan de reformas que no busca un gran consenso nacional, sino la imposición de una visión de parte, profundamente autoritaria que busca —sobre todas las cosas— la concentración y la perpetuación del poder.