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Geopolítica de la Iglesia Católica

Históricamente la jerarquía de la Iglesia católica ha estado, en mayor o menor medida, no solo ligada a las estructuras de poder político y económico, sino que ha sido parte de ellas y se ha beneficiado de esa convivencia. Esta jerarquía no es ajena al principio político que rige a los sectores inteligentes de las élites dominantes: “cambiar para permanecer”. Aunque, tampoco se puede negar que, en su interior siempre, han existido grupos congruentes con los principios favorables a los desheredados.

Con la Encíclica “Rerum novarum” (de las cosas nuevas) expedida por el Papa León XIII (1891), surgió la doctrina social de la Iglesia. En ella se criticó la pobreza y el abandono de los obreros, aunque reafirmó su respaldo a la propiedad privada y descalificó a los socialistas. Manifestó la necesidad de la intervención estatal para instrumentar medidas de higiene, seguridad en el trabajo, descanso dominical y regulación de la jornada laboral. Además, se pronunció a favor de formar sindicatos y partidos políticos orientados por los principios católicos.

Otro momento relevante fue el **Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado por el Papa Juan XXIII y continuado por Pablo VI. Se buscó acercarse a la feligresía con el uso de lenguas vernáculas en la celebración de la misa en lugar del latín, facilitando la participación de los fieles; se adoptó una postura más dialogante con la sociedad, enfatizando la importancia de la libertad religiosa y el papel de los laicos. Una de las consecuencias relevantes del concilio fue la Conferencia Episcopal de Medellín (1968), Colombia, donde se gestó la Teología de la Liberación, que se caracteriza por la opción preferencial por los pobres.

A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI han sido cuatro Papas los que han introducido reformas al interior de la Iglesia Católica. Juan XXIII y Paulo VI, que buscaron adaptar a la Iglesia a los cambios de la sociedad en los agitados años de la década de los sesenta y setenta del siglo pasado.

El otro Papa fue Juan Pablo I (1978), a pesar de que sólo estuvo en el cargo 33 días, pues murió repentinamente, intentó realizar cambios doctrinales y en el manejo administrativo del Vaticano, tan obscuro como una noche sin estrellas. David Yallop en su libro “En el nombre de Dios” (1985) ubica a los grupos de poder que se beneficiaron con su muerte. Por el otro lado, la periodista italiana Stefania Falasca, en su libro “El Papa Luciani” (2017) descartó los rumores de envenenamiento y otorgó evidencias científicas a la versión oficial. Aunque, en el mundo del “sospechosismo”, la sospecha queda.

El cuarto Papa es Francisco, busco ver la doctrina cristiana acorde con los tiempos de ampliación de los derechos humanos, flexibilizando los dogmas que los conservadores consideran pétreos. Fue electo Papa en la cuarta votación. Sin duda alguna era un hábil político y un comunicador certero y fiable, porque predicaba con el ejemplo. Al poco tiempo de iniciar su papado, el diario Le Monde lo calificó como un “verdadero animal político” que se está “imponiendo en la escena mediática mundial”.

Francisco criticó la reducción del mensaje eclesiástico a ciertos aspectos de la moral: “No se le presta atención al anuncio del Evangelio y se pasa a la catequesis, preferentemente al área moral. Y dentro de la moral se prefiere hablar de la moral sexual. Que si esto se puede, que si aquello no se puede, que si se es culpable”.

El Papa quiso dar vuelta a la lógica de “una Iglesia obsesionada sólo con el aborto y el matrimonio gay”, para poner en primer plano los pecados del espíritu: el egoísmo, la codicia, la indiferencia ante el dolor ajeno; señalar a “los mercaderes del templo”, los que no entienden que la riqueza “es un bien sólo si ayuda a otros”. “Dios no se cansa de perdonar”, repetía, pero también aclaraba: “ojo, que Pedro era pecador, no corrupto: ¡pecadores sí, corruptos no!” .

Estas posturas innovadoras, acompañada de austeridad y modestia, para una jerarquía, acostumbrada a la buena vida, resultaron agraviantes, al grado que se dieron disidencias públicas de miembros importantes de ella. Algo excepcional en el mundo jerárquico y disciplinado de la burocracia eclesiástica.

 

Numéricamente la Iglesia Católica es la segunda más importante del mundo. Pero por su influencia política podemos considerar que es la primera. De los países miembros del G-7 dos (Italia y Francia) son mayoritariamente católicos, en otros dos (Alemania y Canadá) el porcentaje de creyentes está entre el 34 y el 39%, en Estados Unidos es el 25%, en Reino Unido el 9 y Japón el 0.3. Estas naciones tienen 41 cardenales equivalente el 31%, de los 135 que pueden votar. El resto, 94 cardenales se distribuye entre 59.

Por otra parte, históricamente Europa ha concentrado el mayor número de cardenales (53), que sumados a los de Canadá y Estados Unidos (14) casi constituyen la mayoría simple (68). Para disminuir la influencia de Europa y Estados Unidos, la estrategia del Papa Francisco fue incrementar el número de cardenales (en 20) y nombrarlos en otras regiones del mundo, particularmente África y Asia.

El grupo, compuesto por cardenales con derecho a votar proceden de 66 países. A pesar la estrategia de Francisco de ampliar geográficamente la presencia de cardenales, la mayoría proviene de Europa (53), seguido de Asia y África (41), América del Norte (14), América Latina (23) y Oceanía (4). Es innegable que se inició un cambio geopolítico en La Iglesia.

El papa Francisco nombró a 108 cardenales, Benedicto XVI y Juan Pablo II designaron a los 27 restantes. Hay quienes suponen que esta configuración inclina el equilibrio hacia un cuerpo electoral afín a las reformas impulsadas por Francisco. La cuestión no es tan simple, porque el nombramiento de los cardenales es parte de un juego político complejo. El Papa tiene que nombrar a cardenales afines, moderados y conservadores.

El próximo Papa enfrentará retos internos y desafíos globales. Su elección será un reflejo de las prioridades y valores que la Iglesia busca proyectar en un mundo en constante cambio. El Papa es una figura de influencia global, su elección será observada con atención, no solo por su impacto espiritual, sino también por su capacidad de liderar en un contexto global cada vez más complejo.

En el cónclave que eligió al Papa Francisco participaron 115 cardenales, en esta ocasión serian 135, pero dos europeos, no asistirán. Los electores serán 133 y la mayoría de los dos tercios es de 89.

En todas las regiones del mundo hay cardenales de las diferentes tendencias. De los mencionados son cuatro los que sobresalen en cada uno de los grupos. Robert Sarah, guineano de 79 años. Tiene la ventaja de ser africano, pero el ser conservador no le garantiza todos los votos de los conservadores europeos y de Estado Unidos; sólo que el pragmatismo superara al racismo. En el polo opuesto está el filipino y jesuita Luis Antonio Tagle, 67 años. Los conservadores de cualquier región no lo aceptarán; no desean una versión 0.2 de Francisco durante un largo periodo.

En el centro del espectro se encuentran dos italianos Pietro Parolin, 70 años y secretario de Estado de la Santa Sede y Mateo Zuppi, 69 años, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, que tiene la desventaja de la cercanía ideológica don el Papa fallecido.

Los cardenales italianos jugaran en equipo Zuppi está en una campaña pública y Parolin silencioso se mueve en los pasillos del poder vaticano, con reconocimiento a su capacidad de diálogo. Además tiene la prerrogativa de que, seguramente conoce a todos o, al menos, a la mayoría de los cardenales. Ante la posibilidad de la elección de un Papa conservador, los progresistas se sumarán al cardenal italiano que más posibilidades tenga de atraer votos. Los vientos políticos terrenales, no los divinos, apuntan a que el futuro Papa será italiano: Pietro Pasolin.

 

 

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